Una idea confusa muy habitual sobre la meditación es que lo que tenemos que hacer es “dejar la mente en blanco”, algo que por su elevada dificultad aleja a muchas personas de una práctica que si está bien enfocada podría aportarles interesantes beneficios.
¿De dónde procede esta idea tan extendida? quizás sea la interpretación simplista del manual de meditación más popular, el Yogasutra de Patanjali, particularmente del segundo aforismo que describe el Yoga como el cese de las perturbaciones mentales. Y podría estar relacionado algunas experiencias que pueden surgir durante la meditación, en las que el silencio sustituye a la agitación y el ruido mental tan frecuentes en nuestra experiencia cotidiana. En todo caso no debemos confundir el resultado posible de la práctica meditativa con los medios del entrenamiento.
Desmontada esta confusión ya podemos acercarnos a algo más técnicamente accesible para quien quiere aventurarse en la práctica de la meditación, y en inicio lo que nos ocupará es ejercitar la atención.
La atención es el vector de la voluntad, una cualidad mental que todos tenemos y que nos permite orientarnos hacia algo para en primera instancia percibir el objeto de atención y sentirlo. Así que la forma en la que percibimos y sentimos en la vida está intrínsecamente condicionada por donde está orienta la atención.
Es necesario que reconozcamos que vivimos, en general, en un estado de elevada dispersión mental, y está demostrado empíricamente que esta dispersión es la causa de un estado de agitación y malestar que nos puede parecer normal pero que no es más que el resultado de una falta de entrenamiento y optimización de nuestro potencial atencional.
En base a este reconocimiento del estado de dispersión lo primero que nos ofrece una práctica meditativa sencilla es ejercitar la atención teniendo en cuenta que nos despistamos pero que también tenemos la facultad de volver al reconocerlo a lo que en la meditación basada en la concentración, se llama “anclaje”. Hay varios anclajes y todos ellos tienen el mismo propósito de muscular la capacidad de llevar la atención a voluntad y no que sea arrastrada por los estímulos circundantes o las impresiones interiores.
Sabiendo el practicante que se inicia en la meditación, que lo que puede hacer es mover la atención en una cierta dirección, y viendo que es accesible, podrá atisbar momentos en los que el silencio se convierte en una experiencia gozosa e iluminadora, incluso aceptando que una parte de nuestra mente tiene una cualidad discursiva difícil de eliminar y que ejercer algún tipo de control sobre la misma no es en esencia lo que nos interesa, que más bien el método se orienta a potenciar un nuevo registro desde el que las perturbaciones (ondas o movimientos) mentales no generen un efecto pernicioso sobre la percepción de las cosas permitiéndonos una visión real del ser y el devenir de las cosas.
Entonces alcanzar cierto contacto con la consciencia testigo, ese espectador silencioso que se nos presenta como más allá de los movimientos de la mente pensante, es accesible para la mayoría de los meditadores/as después de un cierto tiempo de ejercitar el músculo de la atención y estabilizarla mínimamente.
El logro es trascendente para conocer lo que es la mente en sus diversas facetas y por ir acercándonos a conocer lo que somos como seres humanos en nuestro inmenso potencial, pues si experimentamos algo que está como por detrás (sería una forma de decirlo) del pensamiento, es obvio que hay algo más que nuestros pensamientos y sus derivados (emociones, sentimientos y sensaciones) y la experiencia nos traslada a un cuestionamiento, ¿qué es lo eso? y ¿qué son nuestras ideas y pensamientos?.
De pronto podemos reconocer que la consciencia testigo se muestra como inmóvil y silenciosa, mientras que el flujo de pensamientos son procesos cambiantes. Esto nos devuelve al Yogasutra como fuente de inspiración del Raja Yoga (el yoga de la mente), ofreciéndonos la misma respuesta a nuestra indagación sobre la naturaleza de la mente, aunque dándole Patanjali una mayor jerarquía al estado en el que toda la consciencia es testigo y lo demás está abolido, experiencia a la que llama samadhi o trance yóguico. Sin duda jerarquizar es una cuestión de creencias, pero busquemos dónde busquemos, a través de nuestra propia experiencia o a través del testimonio ajeno, todo apunta esta posibilidad dual de lo inmóvil frente a lo móvil, o en otras palabras de lo infinito frente a lo finito, de los inmutable frente a lo cambiante.
Si un meditador no está retirado del mundo, si su experiencia vital está desarrollándose en medio de toda la manifestación de fuerzas que el mundo representa, parece poco realista e incluso poco útil que se encuentre en trance yóguico, así que otro contexto implica otra visión y otra necesidad de aplicación de este conocimiento meditativo. Una división o una fragmentación de los principios existenciales podría no ser la mejor ni la mayor posibilidad para un ser humano con aspiración de autoconocimiento y autorrealización, lo cual nos abriría una puerta a la integración de ambas realidades que tomadas parcialmente puede resultar paradójicas o contradictorias pero que unificadas funcionan con completa armonía. Así que como seres conscientes quizás podamos concluir que soy el testigo y que mi ser está también reflejado en los procesos mutables, una única consciencia con dos cabezas inseparables.
Y ¿de qué me sirve esto en el día a día? ¿cómo afecta este discernimiento a facilitar una experiencia de vida más rica, más amplia y armónica? Me atrevo a decir que mientras esto no se vislumbra, lo que en nosotros llamamos consciente está condicionado por los movimientos erráticos de procesos que parecemos ejecutar en plenas facultades, y sin embargo solo lo parecen pues son repeticiones mecánicas que nos sumen en una cierta sensación de repetición y falta de sentido. La propia ceguera es el punto de inflexión para la visión, el hastío nos ofrece la oportunidad de buscar, de esa desesperación de no saber qué, quién soy o para que soy, emana el interés suficiente como para querer estudiar los procesos, y haber cultivado solo la mutabilidad del ser se convierte en la puerta para acceder a lo inmutable de ser.
“Dejar la mente en blanco” no es una buena forma de explicar la meditación, pero abrirnos a la posibilidad de experimentar el silencioso testigo que asiste a la danza cambiante de los pensamientos es realista, y nos da una visión más completa de la relación entre lo que permanece y lo que muda a cada instante, que en esencia es el conocimiento a través del que alcanzamos a liberarnos del sufrimiento.